NOTICIA PERSONAL - Atentado en el maratón de Boston

Al final tenía que reconocer que se alegraba de haber venido. A 
pesar del dinero, del miedo a volar y de los interminables vuelos
con aduanas incluidas valía la pena estar allí solamente por ese
momento. 
Tal y como habían acordado ayer estaba situada en la esquina
entre la calle Boylston y la Exeter. A su alrededor había mucha
gente como ella que se había acercado a animar a los corredores
también. Se fijó especialmente en una mujer y tres niños
pequeños que se encontraban enfrente de ella y que
sujetaban juntos una pancarta que decía "You're the best, dad!".
Era emocionante tan solo verlos.
Estaba a punto de aparecer. La señal de las tres horas y media acababa 
de pasar por lo que él no iba a tardar. Iba a gritar su nombre
como una loca. Sólo quería darle ánimos y que supiese que no estaba solo.
Pero entonces el caos se apoderó de todo y una fuerza invisible lo sacudió todo. El estruendo fue terrible. Pero enseguida vino el silencio. Y la oscuridad.

Era el último tramo y las fuerzas ya le estaban empezando a fallar. Lo único que le mantenía en pie era ella, saber que estaba allí esperando para verle. Quería que se sintiese orgullosa de él y esa era motivación más que suficiente para no rendirse.
Ya vislumbraba la esquina acordada cuando una explosión repentina lo volvió todo del revés. Se quedó helado, dejó de correr sin ni siquiera pensarlo. Ahí era donde estaba ella. 
Entonces ocurrió algo extraño. Todo el cansancio desapareció. Era ligero como una pluma, o así se lo pareció cuando salió corriendo como una flecha en dirección a la explosión. El humo le cegaba la visibilidad y enseguida tuvo que aminorar la marcha. La desesperación que no podía calmar con los ojos pronto salió por su boca.
El sonido de sus gritos se fueron yendo junto con el humo así que pudo volver a buscarla. Lo que vio aquel día le acompañaría el resto de su vida: cuerpos mutilados, sangre y miedo en los ojos de cualquiera a quién veía. Al final la vio allí tirada en el suelo, inconsciente pero entera, como tantos otros. Se acercó corriendo e intentó llamarla. 
Después de unos minutos de esos que te parecen días fue abriendo los ojos. Era un sentimiento tan hermoso el alivio...


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