Recordaba
perfectamente cómo había empezado esto. Siempre pasaba por la misma
calle cuando volvía de cenar de casa de César. Hacía ya un mes que me había abandonado y se había ido a vivir con otra a Londres. Pero yo seguía yendo a su casa todas las noches y me quedaba en la puerta en
silencio. Imaginándome dentro, riendo, besándolo.
Era
el único rato del día que me permitía pensar en él, ahogarme en el
dolor. Los otros ratos en que lo hacía eran prohibidos. Pero
inevitables. Aquella noche hubo un detalle diferente al que no di
importancia. En aquella calle encontré un naipe. Un dos de corazones. El
suyo y el mío, me dije. Lo recogí del suelo y me lo metí en el bolso.
Al
día siguiente, a la misma hora y por el mismo sitio iba pensando en él cuando encontré un zapato. De mujer, negro, reluciente y elegante.
Miré a mi alrededor. No sé por qué, fue algo instintivo. ¿Cómo alguien
puede perder un zapato? ¿Iría huyendo de alguien? ¿Quizás estaría
borracha? Me pareció curioso que fuese exactamente en el mismo sitio
donde ayer estaba el naipe.
Ahora está en mi casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario